martes, 14 de junio de 2016

Un viaje a La Alcarria sobre “cincuentamil”

Esta primavera, por eso del trabajo, mis oportunidades de recorrer mis querenciosos montes y sierras hispanas no quiero reconocer que han sido casi nulas, pero cuando menos, distintas


Vamos, para no engañarme, debo decir que con los dedos de una sola mano puedo contar los días en que he salido no ya a encontrarme con mis águilas, sino, y a estas alturas me conformaría simplemente, a ver como estaba el campo glorioso, florecido con las lluvias de abril… los sotos verdes, frondosos, oliendo a frescor y con el aflautado silbido de las oropéndolas, o las sierras rebosantes de vida, de trasiego de rapaces y de toda otra suerte de pajarillos.

Entre tanto, hete aquí que ha sido noticia el centenario de C. J. Cela, uno de mis escritores favoritos, lo mismo por sus novelas, como sobre todo por sus libros de viajes, con los que me identifico plenamente…, de cuando mis tiempos mozos, cuando recorría España a lomos de Vespa, durmiendo aquí o allá, comiendo de bocadillo, de lo que fuera surgiendo, y empapándome de toda suerte de idiosincrasia patria: la geográfica, la natural, la etnográfica… En esto como en tantas cosas, debo de ser un anacrónico.

Se cumplen cien años del nacimiento de Cela, y se cumplen setenta años 
también de su viaje a la Alcarria, del 6 al 15 de junio de 1946…, el viaje que realizó para escribir el segundo libro más traducido de nuestra lengua tras el Quijote,… otro libro de viajes por cierto. 

A mí, que todavía insisto en pedir en los aviones un asiento en ventanilla, en el lado contrario al del sol, y que no sea encima del ala: (-“le doy por atrás?”… -“No por Dios, como se le ocurre. Deme simplemente un asiento en la izquierda, en la fila 35”), me sucede que viajo igual con la mente que con los pies. Le pasaba igual a Beethoven, que oía su novena sinfonía: orquesta, coro y cuatro cantantes solistas, con solamente pensar la partitura.

Serán todos los años que he viajado sobre los cincuentamiles del geográfico; será que mi imaginación me permite vislumbrar el paisaje representado en una hoja; el arroyo: una línea azul que corre rumorosa ladera abajo, rodeada de praderas y arbustos; el camino: una línea negra que asciende vertiginosa hasta el collado, rodeada de balsámicos pinares; o el relieve, unas líneas marrones que tanto se separan como se aprietan, marcando un cortado en el que, a seguro, cría el alimoche o el águila real.




“Extendidos sobre el suelo, clavados con chinchetas a las paredes, diez, doce, catorce mapas con notas y acotaciones en tinta, con fuertes trazos de lápiz rojo, con blancas banderitas sujetas con alfileres…”.

Lo cierto es que donde la gente no ve nada que despierte ningún interés – posiblemente no lo tenga, yo soy bastante friki – yo encuentro mi particular cincuentamil mirando por la ventanilla. De este modo, repetitivo camino al Este, he viajado últimamente a La Alcarria unas cuantas veces. Bien es verdad que cada uno de mis viajes apenas ha durado unos pocos minutos…; no te das ni cuenta y ya has dejado atrás Guadalajara, pasado sobre Cuenca, sobre Valencia y sobre Ibiza, y… adiós España, hasta la vuelta.




Camino de Guadalajara…, “el día está diáfano y el campo luce como una postal, con su trigo verde, sus flores rojas y amarillas y azules… Al otro lado del río pastan unos toros de lidia, negros, solitarios, silenciosos, gordos, relucientes, llenos de majestad”.



Cela comienza su andadura en Guadalajara, en donde después de desayunar dos veces emprende la marcha hacia Torija, pasando por Taracena y Valdenoches. El avión, que no es obstinado, parece que ha leído el libro y unas veces pasa sobre el segundo, y otras veces sobre el tercero… “nadie me obliga a nada; nadie me dice: métase por aquí, suba por allí, camine aquel ribazo, esta laderilla, esta otra vaguada tierna y de buen andar…”.

Un minuto de avión más adelante: – “¿me permite usted que le acompañe unos hectómetros? y el viajero, que siente una admiración sin límites por los niños redichos, le había respondido: Bien, te permito que me acompañes unos hectómetros” – Cela da muestra de su personalidad literaria… la del narrador, viajero o novelista, que literaturiza toda experiencia y la convierte en un “apunte carpetovetónico”…, que trasciende cualquier anécdota episódica a una dimensión literaria.

“Cuando llega la luz, ya con noche cerrada, el filamento de la bombilla no hace más que enrojecer un poco, como un ascua. Entre la enredadera, la bombilla encendida parece una luciérnaga”. En la Alcarria de cruda posguerra, y aunque fuera un país en donde “…menos miel, que la compran los acaparadores, tiene de todo”, lo cierto es que no había luz. En realidad, en este libro, Cela alcanza el paroxismo, el crisol de la tradición del 98, que buscaba una España real, en reacción a la España oficial de retórica grandilocuente…

El “viajero” prosigue, al encuentro de Brihuega. “Se asoma al alto mirador, con su guirnalda de rosas de té, y mira para el valle. Al fondo corre el Tajuña y, a sus orillas, el camino que el viajero andará a la caída del sol”.

Aunque en el recorrido de nuestro avión, la histórica Brihuega nos queda más al norte, nos cabe el consuelo de que, cruzando el río, los chopos del soto son los mismos, y el agua que los riega ha pasado, reciente, por aquel pueblo. A lo lejos, dos penachos de humo blanco delatan la posición de Trillo… Bien pensado, más allá de centrales nucleares, líneas de alta velocidad y embalses desarrollistas, la esencia inmutable del paisaje sigue igual que la conociera el viajero.


Esencia o quizás solamente decorado… En el viaje a La Alcarria, los individuos son el paisaje mismo, una sucesión, un mosaico de personajes unidos a su entorno. Entre Brihuega y Cifuentes, el viajero se encuentra con los protagonistas más singulares de todo el libro, su predilecta periferia social: Julio Vacas, Jesús: el mendigo errabundo y su burro Gorrión, y El Mierda…  



“Por el zaguán sale un mulero tirando de dos mulas. Unas palomas pican en un montón de paja menuda. Dos perros duermen estirados al sol. Un niño sin pantalón está en cuclillas, haciendo sus necesidades encima de un tejado”.

Escenas de contraste expresionista; pero seis, siete, o más kilómetros más alto, no se ven escenas; la Alcarria es un decorado inanimado en el que incluso los pueblos son solamente un plano fiel, una lámina a todo color, como las que se encuentran en los bares de carretera, y en las que dice: “Paisajes Españoles”. Con la tarde que avanza, desde el avión, en los duros, en los oscuros páramos alcarreños resaltan los tiernos y risueños cursos de ríos y arroyos. En las choperas, la luz de su lado al sol destaca contra las sombras que proyectan en su lado opuesto. 



Cela ahonda en estos contrastes, pero a su manera, con los pies en la tierra, no solamente contraponiendo campos y pueblos, rústicos labriegos y graciosas muchachas, sino crueldad y ternura, desazón y alegría, encuentros y despedidas… “El viajero regala una carona de almohadilla al burro Gorrión, y el burro Gorrión mueve el rabo, nervioso como un niño, mientras lo visten”… “El viajero piensa en la despedida de los hombres que van de camino, que es un poco la despedida a las gentes a las que no se volverá a ver jamás”.

Pero sobre todo, la perspectiva del viajero, que evita la reflexión sobre lo que ve, se ofrece irónica y lírica, socarrona, pero no sarcástica, en elocuentes silencios y respuestas lacónicas. El humor se convierte en un ingrediente mayor de la obra. El viajero, condescendiente y comprensivo, no ejerce su ventaja intelectual, … y siente gusto en mezclarse con labradores y campesinos, tanto como en convivir con la esencia de la sencillez… “Dos gatos rondan, a lo que caiga. Uno es rubio y se llama “Rubio”, otro es moreno y se llama “Moro”. No hay duda que quien los bautizó era un imaginativo”

El viajero sin embargo, igualmente añora ahondar en una convivencia que es tristemente pasiva, por fuerza breve y fugaz, … “El viajero mira, por última vez, para las lavanderas, se levanta y se va. El viajero es un hombre con una vida tejida de renunciaciones”.

En el avión, todo pasa también muy deprisa, tan deprisa que no daría tiempo siquiera de distinguir movimiento alguno… y el trayecto es previsible, recto…con un plan de vuelo. 



Esta es otra gran diferencia con el rumbo del viajero, con el derrotero de su aventura, voluntaria y a lo que salga... “Parece que no, pero, en el campo, sentados al borde de un camino, se ve más claro que en la ciudad eso de que, en el mundo, Dios ordena las cosas con bastante sentido”.

El viajero alcanza el Tajo y lo cruza en varios puntos, camino de Trillo, camino de Budia, de Sacedón, de Pastrana, de Zorita… Desde nuestra altura, nosotros vemos un gran tramo del Tajo… y del Guadiela; todo el que discurre desde Trillo hasta el embalse de Bolarque; en realidad, de lo que debieron ser el Tajo y el Guadiela…, porque ahora lo que vemos son los grandes lagos del “mar interior”… De hecho, cuando Cela recorría estas tierras, los embalses de Entrepeñas y de Buendía ya se habían empezado a construir “Desde aquella altura, se divisa un panorama amplio y hermoso, muy variado, con grandes piedras peladas y una vegetacioncilla raída en primer término, con las tierras rojas y blancas al pie y con las verdes márgenes del Tajo a la izquierda, muy lejos… El Tajo, que de cerca es un río turbio y feo, desde lejos parece bonito, muy elegante, siempre rodeado de árboles".

El avión se interna en la serranía de Cuenca. El viaje sobre la Alcarria toca a su fin; ha sido breve, pero en unos pocos minutos ha discurrido, intensa, toda la esencia de una tierra redimida por uno de los libros más importantes de nuestra lengua, y se nos han venido a la mente muchas de sus escenas. Escenas, muchas de ellas, que aún se podrían repetir. En la Alcarria, aún hay de todo, de casi todo. La Alcarria, si de algo carece hoy en día es de niños. 

La despoblación y el éxodo han dejado las escuelas tiritando, cuando no cerradas a cal y canto. “En la carretera hay un pequeño grupo de casas. A sus puertas descansan unos hombres, unas mujeres y una nube de niños”

Como al viajero, me entra una añoranza de mi país. Solo dentro de varias semanas volveré a estar cerca de mi tierra, de mi gente”… “El viajero, sentado junto a don Paco, va pensando que su excursión por la Alcarria ha terminado. La idea le produce alegría, por un lado, y tristeza, por otro. Ha aprendido muchas cosas y, sin duda, le han quedado otras muchas por aprender... Al viajero le invade un sopor peligroso.

Notas a las fotografías aéreas:

       1.- Enlace de la R2 y la N2, al N. de Guadalajara. Se ve Taracena. Más arriba quedaría Torija que no se ve en   la imagen. Típicos relieves alcarreños de mesas planas con valles erosivos. 
        2.- Curso del Tajo. Encima del meandro, abajo en la imagen, frente al campo verde, se ve Zorita de los Canes con su castillo, y arriba, siguiendo la ctra. que parte del meandro redondo, Pastrana.
        3.- Torija como en una lámina de "Paisajes Españoles". Se ve su famoso castillo, hoy museo del "Viaje a la Alcarria".
        4.- Embalse de Entrepeñas, en el Tajo. Abajo a la derecha se ve Sacedón y arriba a lo lejos, Trillo,  con su central nuclear. Este embalse anega una parte del recorrido de Cela por la Alcarria.

1 comentario:

  1. Don "Camilo Piedra". Jijiji. Eres un poeta sentimental.
    Como en España, en ningún lado.¿Verdad?
    Un abrazo fuerte

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...