Esperando a entrar en una reunión, tengo la suerte de poder presenciar el espectáculo de una colonia de aviones comunes… en Madrid, en plena ciudad.
Ágiles, vuelan frente al edificio en el que me encuentro y en cuyas cornisas han construido el conjunto de sus nidos de barro…, con tal frenesí y velocidad que apenas puedo seguirlos por el cielo…
Un ir y venir de aves que apenas se encaraman unas décimas de segundo a sus nidos, para entregar la carga de insectos al pollo más acuciado por el hambre... el que se asoma por la abertura redonda.
Vistos en las fotografías, los padres introducen su cabeza en el pico abierto del pollo ansioso..., hasta el mismísimo gaznate.
Los aviones, como otras aves del grupo de las golondrinas, son aves eminentemente voladoras, pasando buena parte del tiempo persiguiendo insectos por los aires, en un espectáculo de veloz vuelo acrobático, con maniobras muy ceñidas.
Pasados los minutos para la hora de la reunión programada, salgo del absorbente espectáculo que me ha tenido admirado y con la relajación de una sesión de meditación afronto mis quehaceres de una manera que no tenía prevista.
Una colonia de aviones comunes es hoy día algo difícil de encontrar en las ciudades modernas, con sus edificios inadecuados para el asentamiento de sus nidos, aunque más comunes en pueblos, antiguos puentes y otros edificios propensos a albergarlos, no solo por decenas, sino a veces por cientos e incluso miles.
El avión común, como las demás especies de golondrinas, es un ave migratoria y con su pequeño tamaño, parece increíble que pasado el verano, adultos y pollos del año vuelen hasta el Golfo de Guinea, varios miles de kilómetros, con etapas tan difíciles como el cruce del Mediterráneo o del Sáhara, para pasar allí nuestros meses fríos, regresando año tras año hasta su colonia de cría.
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